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NO HAY NI HABRÁ PAZ SIN INDEPENDENCIA

By 13 otsaila, 2014No Comments

ARITZ URTUBI MATALAZ
ORREAGAKO KIDEA

Es un absurdo siquiera mencionar la palabra paz en un país donde sus habitantes están sometidos de manera violenta a los dictámenes de fuerzas extranjeras, en un Estado invadido, masacrado, ocupado y expoliado durante siglos por dos potencias invasoras. En un pueblo sometido a un proceso de colonización, como es el caso nuestro, la reacción ante tal situación es lenta y costosa.

Lenta por la ventaja que adquiere el imperialismo en un proceso de aculturación sistemático en el plano político. El poder político de las potencias ocupantes es, al día de hoy, muy superior al del pueblo subyugado. Para ello debe necesariamente contar con la colaboración de elementos indígenas, autóctonos para poder llevar a cabo su empresa delictiva. Es por ello que la respuesta del pueblo ocupado tiene que dirimirse en el campo de la política.

La política  es el proceso por el cual el uso de la fuerza coercitiva es legitimado, es el arte y/o la ciencia de perseguir objetivos en función de la fuerza que uno dispone. Es una ciencia más, y como todas las ciencias tiene sus propias reglas. Una de ellas es el saber medir en cada momento los fines establecidos con los medios disponibles. El romper este axioma conduce directamente al fracaso por parte del grupo que comete el error.

Ahora bien, desde el momento que consideramos que existe un pueblo ello indica que dispone de un poder, mucho o poco, mejorable o no, eso lo irá indicando su capacidad de regeneración del poder político. Un pueblo se define por su poder, o chocas o no chocas con él, si te lo encuentras es porque existe.

Costosa por la cantidad ingente de esfuerzos empleados para tan poco resultado a lo largo de estos últimos siglos. Es un absoluto despropósito constatar cómo se ha ido desangrando este pueblo mientras su objetivo de recuperar la libertad arrebatada se va, en paralelo, alejándose cada vez más. Ello se lo debemos a la falta de estrategia que impera en el país desde la pérdida de nuestra estatalidad, cuando fue invadido, destruido y aniquilado nuestro ente soberano.

La absoluta incapacidad de los líderes que dicen pretender la liberación de su pueblo pero que no hacen nada para ello nos ha llevado a la situación actual. Los pocos resortes de poder que aún conservamos no se los debemos a ellos sino al propio pueblo que en condiciones totalmente adversas mantiene todavía encendida la llama de la libertad.

Mientras, desde los aparatos que se han puesto «al frente del proceso de liberación», diseñados en la práctica para frenar la capacidad popular, el fair-play con el enemigo es la única vía que nos proponen. Intentan aleccionarnos en el sentido de que toda salida a esta situación de opresión nacional se resolverá por la vía del pactismo, del encaje dentro del sistema del ocupante, de la «desactivación necesaria» de la fase de la resistencia, de que no existen ya enemigos bélicos sino contrincantes políticos en pie de igualdad, de que la  capacidad de respuesta  del ocupado es intrínsicamente mala, nociva, e innecesaria, achacándole todos los males y haciéndole culpable de que no se pueda llegar a una situación de «normalidad». De que hay que democratizar a los estados dominantes para luego poder mendigar parcelas de poder delegadas por estos. De que la independencia es una «opción másÇ. Llegan incluso hasta a querer hacernos creer que las instituciones actuales, hechas a medida de los invasores, por los invasores y lógicamente, para los invasores, son instrumentos válidos para emanciparnos de ellos, cómo si el enemigo nos fuera a poner a nuestra disposición herramientas que nos permitieran librarnos de él.

Con este «bagaje ideológico», evidentemente, nos conducen a tener que aceptar la «legalidad vigente» con toda normalidad, ser partícipes y agentes activos de la legitimación de la actual situación de opresión y ocupación a la cual somos sometidos por la fuerza de las armas, tener que tomar parte en unas instituciones no solamente extranjeras sino ilegales en nuestros territorios. Dos potencias ocupantes no pueden nunca ser consideradas legales al igual que todas las leyes que emanan de ellas en territorios que no son suyos.

Sabedores de ello los imperialistas manejan los hilos a sus anchas consiguiendo erosionar y debilitar, sin dar tregua, los resortes de poder que aún perviven en el campo de los ocupados. Sometidos al chantaje continuo llegamos incluso a contemplar con profunda tristeza cómo los ‘lideres’ de este país acuden al parlamento de los ocupantes con un «plan» soberanista y son la mofa y el hazmerreír no solamente de España sino de toda Europa. Cuando los ocupados piden a gritos al invasor que les vuelvan a «legalizar» y readmitir en un sistema al que dicen combatir. Cuando se exige el traslado de los presos vascos, encarcelados por culpa de la acción delictiva de Francia y España en los territorios de Nabarra, a prisiones «vascas», dando por entendido que tienen que seguir siendo encarcelados en las mazmorras de los ocupantes. Cuando nos apremian de que aquí existen varias «sensibilidades» y exigen todos los derechos para todos, poniendo al mismo nivel al agresor (el ocupante) y al agredido (el ocupado). Cuando nos quieren liar con la falsa separación entre derechos nacionales y sociales cuando en realidad los derechos nacionales constituyen los derechos sociales siendo los derechos sociales constituyentes de los derechos nacionales. Cuando los ocupados somos llamados a ser recaudadores de los impuestos en beneficio de los ocupantes para perpetuar por más siglos la ocupación. Ellos, los imperialistas, siendo como son, de una voracidad sin limites, pedirán más y más pruebas de sumisión, y nosotros, los ocupados, acabaremos desapareciendo como pueblo, seremos borrados de la historia. Esa desaparición esta programada por la naturaleza misma y el funcionamiento de los aparatos de guerra de los estados ocupantes.

Para que este panorama tan sombrío, desolador y estremecedor no se convierta en una realidad sin vuelta atrás habrá que obrar en el único campo en el que se puede dar solución a lo aquí expuesto: en el terreno de la política. Hay que resistir, dejar de colaborar con el imperialismo desde hoy mismo, dejar de hacer lo que no nos conviene, organizarnos. Tenemos que reactivar una institución propia, no emanada de la legislación del ocupante, una Autoridad Nacional, un gobierno propio, para todos los que nos consideramos ocupados. No nos sirven los partidos políticos inscritos en el ministerio del interior de Francia y España, que además de no tener ninguna legitimidad se convierten en «familias» que solo piensan en sus intereses de partido, sumidos en la infraestrategia y la sub-política, incapaces o no deseosos de tener una visión global del país al que dicen defender.

Conseguiremos la unidad de este pueblo solo si la insertamos dentro de una estrategia política. No hay otro camino, sin estrategia política no puede ni tiene por qué haber unidad. Quien tiene que liderar este proceso es el mismo pueblo, reactivando sus instituciones propias, las que considere necesarias y plausibles en una situación como la nuestra: la de un Estado ocupado.

Parafraseando a Antonio Maceo Grajales, general del ejercito mambí frente a Arsenio Martínez Campos, General de las tropas ocupantes españolas en cuba en el año 1878: «No habrá paz sin la independencia de Cuba!». Fue la ‘Protesta de Baraguá’ frente al ‘Pacto del Zanjón’ donde el resto de generales del ejército mambí aceptaron la «paz» a cambio de convertirse en una autonomía de España. Trasladándonos a los territorios ocupados del Estado de Nabarra: PNV, SORTU, EA, ETA y demás fuerzas autonomistas se han situado claramente en Zanjón.

Nuestra victoria sin embargo anida en lo más hondo de este pueblo, que al igual que Antonio Maceo Grajales, lleva en su interior el espíritu innato de Baraguá.

http://www.naiz.info/eu/iritzia/articulos/no-hay-ni-habra-paz-sin-independencia