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TOTALITARISMO VS DEMOCRACIA. Objetivos minimalistas y maximalistas. Pueblo y Poder, Joseba Ariznabarreta, 2007 (pp. 256-258)

By 22 urtarrila, 2020No Comments

“La resistencia que opondrá el totalitarismo para que no consigamos objetivos minimalistas es la misma que opondría a aspiraciones consideradas maximalistas. En consecuencia, el esfuerzo a realizar es el mismo en ambos casos. La plena recuperación, consolidación y adecuación a los tiempos del Estado propio es la única garantía de supervivencia para este pueblo.”

Son vanos e hipócritas todos los intentos de transformación pacífica de los estados que nos oprimen mediante enjuague o dialogada cancelación de sus supuestos déficit democráticos. Los estados español y francés no son en modo alguno democracias deficitarias, ni regímenes que pueden incluirse en la vaporosa categoría de “autoritarios”, sino estructuras concentradas de poder en las que los diversos elementos que las constituyen se sostienen los unos a los otros, conformando una inseparable unidad de medios y fines que sólo la fuerza puede desgajar y demoler.

Es inútil, por tanto, pretender que se convenzan de las ventajas que podría reportarles una genuina democratización, porque el éxito de esta última implicaría la pérdida del poder particular que detentan en monopolio, es decir, su efectiva liquidación.

Motu propio nadie da marcha atrás para acabar ubicado en una situación peor que en la que se encontraba respecto a la meta que persigue; mucho menos si la nueva situación lleva emparejada la exigencia de su desaparición.

Si apenas cabían en el antiguo régimen, mucho menos caben hoy fases o estadios intermedios con alguna estabilidad estructural entre nuestras instituciones políticas y las de los opresores. El totalitarismo es como una sólida esfera elevada y sostenida mediante compleja andamiada en el vértice de la pirámide estatal. Un mínimo movimiento le haría perder el equilibrio y rodar por el pulido talud de alguna de sus caras hasta estrellarse contra el suelo donde, cuando menos, espera una voluble, airada y vengativa multitud, el monstruo de las cien cabezas del que habla Shakespeare en varios de sus dramas clásicos.
Hay ocasiones en las que quien aguarda ese momento es un pueblo con objetivos precisos, distintos y opuestos a los del gobierno, que recupera o consigue así su libertad o, al menos, da pasos importantes en esa dirección, tras definitiva derrota de la tiranía. Entonces puede hablarse con propiedad de revolución.

Por cuanto venimos diciendo, y habida cuenta del contexto general en el que estamos insertos, configurado por la totalidad de fuerzas cuantitativa y cualitativamente relevantes, la plena recuperación, consolidación y adecuación a los tiempos de su propio estado es, por un lado, la única garantía de supervivencia y continuidad histórica para este pueblo, pero además debe constituir, sin alternativa posible, su objetivo político inmediato.

Los intentos por sustituir este objetivo por otro en nombre del “posibilismo”, de la “táctica inteligente”, del “pragmatismo”, etc. por mucha palabrería vacua o argucia “electoral-soberanista” con que se atavíen, revelan en la práctica una flagrante contradicción y, en términos políticos, son sinónimo de colaboracionismo y alevosía.

Porque, o la conquista del objetivo minimalista tiene alcance político democrático y es, por tanto, un paso irreversible y rápido en las circunstancias actuales hacia la plena recuperación de la libertad, tal como acabamos de explicar, o es un mero ardid imperialista con fines estratégicamente reduccionistas, disolventes e integradores.

En este último caso está en evidente contradicción con nuestros intereses; en el primer caso, en contradicción con los intereses del totalitarismo, por lo que la resistencia de éste a su consecución será indefectiblemente la misma que opondrá a aspiraciones consideradas maximalistas. En consecuencia, para nosotros el esfuerzo y coste social de una u otra operación son idénticos, al paso que los riesgos de recuperación y disolución estratégica varían considerablemente, como testifica el experimento “autonómico” en curso, en el que el pueblo está siendo utilizado como cobaya por unos y otros.

No es preciso haber leído a Pascal para saber a favor de qué nos conviene apostar. Aquí y ahora, nuestra respuesta al secular acoso imperialista no puede ser otra que el de mantenernos firme y democráticamente unidos en torno a la defensa de nuestra nación y del estado que erigimos hace más de diez siglos y al que nunca hemos renunciado ni tenemos intención de renunciar.

En torno a este objetivo, y solo en torno a él, es posible reunir y organizar hoy en territorio navarro la suma de fuerzas democráticas suficiente y necesaria para irrumpir con garantías, es decir, con la cualificación y en la cuantía requerida, en la arena política, es decir, “donde se cuecen los garbanzos”.