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Artikuluak

ULTIMO DÍA DE MAYO DEL 2021

By 15 ekaina, 2022No Comments

NUESTRO DUELO POR LA MUERTE

DE IÑAKI AGINAGA BERISTAIN

Marian, lo que ahora toca es una triste noticia. El 31 de mayo de este 2021 falleció –a los 92 años– nuestro amigo Iñaki Aginaga. El 2 de junio, en el mausoleo familiar –situado en el cementerio de Altza– se le dio sepultura. Allí pude saludar a sus hermanas Jone y Marian y a su hermano José Luis, muy cariñosos todos conmigo y, cómo no, saludo obligado a las numerosas personas que habían sido parte de su entorno, gentes venidas de Nafarroa, Bizkaia…y, en primer lugar, la pareja formada por Kepa Anabitarte y su mujer Margari.

En 2020, –creo que fue en febrero y a instancia de Kepa Anabitarte–, cuando le hice una visita en la Residencia donde estaba retirado. Físicamente no se encontraba en buen estado, téngase en cuenta que tenía 91 años recién cumplidos –creo que en ese mismo febrero los acababa de cumplir–, pero por otro lado, su salud mental brillaba igual a como la habíamos conocido a lo largo de nuestra vida, medio siglo largo.

Conocí a Iñaki a mediados de los años sesenta, su singular personalidad tenía un enorme atractivo. Recomponiendo la situación, traeré los pasos que –desde Gisors en Normandia, donde estábamos participando en su Festival Internacional de Folclore– nos llevaron a Paris. La comida tuvo lugar en un self–service, una novedad para nosotros, pues tal tipo de restaurante no existía en Donosti. Después de la comida, un miembro veterano del grupo –diez años mayor que yo–, me llevó a través del intrincado ”metro” a la sede del Gobierno Vasco en la rue Singer, donde encontramos y saludamos a Manuel de Irujo dirigente del Pnv.

Pasado un año, en 1962, el que un tiempo después sería nuestro mentor político, Iñaki Aginaga, –acompañado de un pequeño grupo de jóvenes patriotas vascos–, denunciaba lo que la prensa fascista del momento bautizó como “contubernio de Munich”; confabulación que –en aquello que de modo principal nos afectaba– no era sino la negativa de las “democráticas” fuerzas políticas españolas allí reunidas –con el conformismo de alguna representación política vasca–, a reconocerle al pueblo vasco y su Estado, el Reino de Nabarra, el inalienable derecho a ejercer su libre disposición, primero de los derechos humanos y condición previa de todos los demás.

La rotundidad con la que Iñaki Aginaga planteó aquella denuncia, nunca le fue perdonada, y en esa ausencia de indulgencia no me refiero –por supuesto– a la que pudiera venir del entramado político español; sino desde nuestra propia casa. En su complementariedad, el binomio que pretende dirigir la política vasca, ha sido incapaz de diseñar –con suficiente capacidad estratégica– una oposición democrática a las propuestas que nacían de los restos del franquismo, y tampoco, a la muerte del dictador, a partir de la tan cacareada “transición democrática”. Por tanto, llevamos cuarenta años de franquismo y otros tantos más de postfranquismo, sin el mínimo atisbo de que esto vaya a cambiar.

Iñaki, consciente de esta situación, en absoluto se le escapaba el peligro que –para el andamiaje estatal hispano–francés y los servicios internacionales de inteligencia que sostenían, y siguen sosteniendo, dicho montaje– surgía de su poderosísima inteligencia. El desamparo, el escaso valor de la vida, de nuestra vida, para los círculos imperialistas –dispuestos a no dejarnos escapar por nada del mundo–, fue una de sus preocupaciones más importante. Es bien cierto que los grupos social–imperialistas nacidos a la muerte del dictador en la llamada “transición democrática”, tuvieron que soportar el ridículo en el que los dejaba nuestro querido mentor político, cuando tenían el atrevimiento de debatir con él.

En la herencia recibida debemos incluir textos que van desde su Polémica en EGAN con Jon Mirande, entre los años 1958–62; las reflexiones recogidas en los LAN DEIA, dadas a la luz entre 1964–1968; ESTUDIOS VARIOS y otros trabajos editados entre 1968 y 1989; y como final, entre 1988–1989 los que publica en IPARLA.

De aquellos primeros años recuerdo una conferencia sobre “imperialismo”. Encerrados en una habitación, la reunión comenzó a las 10 y media de la mañana más o menos, y terminó a las 11 de la noche. Al concluir, Kepa Anabitarte me llevó a casa en su coche. De las casi doce horas que duró la exposición, yo recogí dos cosas. La primera era que: en su afán de dominio, cuando el imperialismo pretende quedarse con algo, lo hace –no por el valor de su contenido, [materias primas de uso estratégico, por ejemplo]–, sino por la simple razón de que el otro no lo tenga. La otra cuestión fue el título de una película: Jartum, estrenada en 1966 dentro del género de cine bélico–histórico; con Charlton Heston, en el papel del milita británico Charles Gordon; y Laurence Olivier en el del líder musulmán El Mahdi. Es posible que las minuciosas explicaciones dadas por Iñaki, sobre el contexto en el que se desarrollaron los acontecimientos políticos que enfrentaron al Imperio Británico y El Mahdi, haya ayudado a que yo conservara su recuerdo.

Querida Marian, siempre fue remarcable la atención que le dedicaste cuando vino a nuestra casa. Sé, por amigos comunes, que él siempre agradeció tu cariñosa disposición, tu trabajo en la preparación de la cena con la que cerrábamos la reunión; añadiendo, además, la aserción de que en nuestra casa siempre había sido bien atendido.

Querida Marian, evoco aquí el hecho de que unos años después de haber conocido a Iñaki, leyendo El hombre que fue Jueves, de G. K. Chesterton, descubrimos –tras el agudo humor y socarronería desplegados en el texto por el escritor británico– un talante cercano al que acompañó a lo largo de su vida al que fuera nuestro querido faro político. El asunto va más o menos así.

En el suburbio londinense de Saffron Park tenemos a dos poetas: el señor Lucian Gregory, un poeta anarquista que, según Chesterton, estaba siempre, erre que erre, con «la vieja cantinela de la anarquía del arte y del arte de la anarquía, con cierta frescura impúdica que, al menos, proporcionaba algún placer momentáneo.»

El otro –igualmente poeta–, era Gabriel Syme, un desafío para Gregory, el señor Syme era el poeta de la ley, el poeta del orden, el poeta de la “responsabilidad”.

Estando ambos en un restaurante frecuentado por anarquistas, Gregory le cuenta a Syme algunas de sus peripecias. Hablando de sus malísimas relaciones con la policía le dijo:

«Me detuvieron otra vez. Al final, desesperado, fui a visitar al presidente del Consejo Anarquista Central, que es el hombre más importante de Europa.

–¿Cómo se llama?– preguntó Syme.

–Su nombre no le diría nada– respondió Gregory–, ahí radica su grandeza. César y Napoleón invirtieron todo su genio en adquirir fama, y la consiguieron. Él, sin embargo, invierte todo su genio en que no se le conozca y no se le conoce. Pero usted no podría estar cinco minutos con él en una habitación sin sentir que César y Napoleón habrían sido niños en sus manos.

[Gregory…] Permaneció un rato en silencio y palideció, luego continuó:

–Pero siempre que da un consejo resulta tan asombroso como un epigrama y tan práctico como el Banco de Inglaterra.»

No cabe duda, Marian, que todo el que haya conocido a aquel sobre el que escribo, habrá sonreído ante la fidelidad del retrato perfilado por el célebre escritor británico.

Años después Iñaki tuvo un accidente automóvil en Biarritz, desde allí fue llevado al hospital de Bayona. En una de las visitas llevé a sus hermanas Jone y Marian, y en otra me acompañó mi hermano Xabier. En la que hice con mi hermano, hubo una conversación de la que no recuerdo como se inició, pero que, para mí, fue en extremo interesante. Yo estaba sentado en el borde de su cama cuando, comenzando un soliloquio, dije más o menos lo siguiente: “nosotros los vascos llevamos un milenio buscando construir una sociedad de corte igualitario, siendo prueba de ello la no existencia entre nosotros de héroes, ni, consecuentemente, de mitos heroicos”… Iñaki, levantando la cabeza y sonriendo dijo, “no, ciertamente, nosotros no tenemos héroes”; mi apostilla la cerré añadiendo, “lo cual es indicativo de que en esa sociedad igualitaria, se ha dado una fuerte presencia femenina. El mantenimiento de la lengua vasca durante milenios –una lengua a la que se le asigna una antigüedad muy por encima de los diez mil años, y con la particularidad de no tener géneros gramaticales– ha sido obra de nuestras mujeres que, desde la lejana Prehistoria, la han mantenido viva”. A partir de ahí, la conversación derivó a otras cuestiones.

Como ya te lo he dicho en una de nuestras charlas, estas materias las he hablado con Mari Carmen Basterretxea, nuestra gran especialista en el fondo matrilineal de la cultura vasca. Hablando con ella he coincidido en estudios, como son los relativos al fondo ‘circular’ que se da en la visión que tenemos de nosotros mismos y que, directamente, nos lleva al complejo simbolismo del círculo. Sin poder encontrar lo que ya tenía escrito sobre este asunto, las referencias que doy las he tomado del Diccionario de Resurrección María de Azkue. Así pues, nos encontramos con que el núcleo semántico de lo que es ‘circular’, *gu-, lo hallamos en los nombres vascos del ‘sol’ o la ‘rueda’, Eguzki o gurpil; por otra parte, en ‘nosotros’ guguk el ‘circulo’ se hace presente al venir de nuestros ‘padres’, gurasoak. No diré que en oposición a nuestra ‘circularidad’ se halle lo lineal, pero fuera de lo circular encontramos lo ‘recto’, lo ‘lineal’, aplicado, ¡cómo no!, al «otro». Así, bajo el núcleo semántico de *zu-, tenemos que zuk es «vosotros»; zuzen es lo «recto, derecho»; zutarri, es «columna»; o zuzen–beera, «verticalmente».

El simbolismo derivado de un ancestral instrumento musical, la txalaparta, ha sido otro de los asuntos hablados con Mari Carmen y que, en mi caso, lo suelo unir a la relación que mantuve con el escultor Jorge Oteiza.

El simbolismo de la txalaparta lo estudié a partir de una lectura intensa del libro de Mircea Eliade El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis. La lectura minuciosa de ese libro me llevó a unas conclusiones altamente reveladoras: me abrió las puertas a un universo simbólico y teórico insospechado, que resultó ser una herramienta altamente estimulante para el estudio de la danza y otras materias del folclore vasco. En ese libro el caballo asomaba activamente en el culto chamánico de los pueblos siberianos.

Anotado para alguna otra publicación, tengo escrito que el tambor es el «caballo» del chamán, razón por la que el espectacular pandero de los chamanes altaicos lleva dibujado sobre la piel la figura de un caballo, en tanto que entre los buriatos se confecciona el parche del tambor con piel de caballo. Igualmente tomé nota del doble sentido de la palabra con que se designa al tambor en algunas tradiciones siberianas. «Tambor» y «flecha» se nombran con la misma palabra, porque el chamán, al percutir el tambor, hace que su alma salga disparada al más allá, como si fuera una flecha. Luego, está la materia del caballo como animal psicopompo, acompañante del alma difunta al más allá.

Irudia: Oreka TX

Por aquel entonces Jorge Oteiza estaba muy interesado en estudiar los caballitos del arte parietal paleolítico, motivo por el que le dejé el libro, que leyó con gran interés; lo conservo con sus anotaciones. En un golpe puramente intuitivo, busqué la solución al sentido etimológico de la voz txalaparta preguntándole a mi padre. Él no conocía el instrumento y, cuando a requerimiento mío le pregunté sobre la voz txalaparta, la primera corrección fue fonética: txalaparta no, zalapartaka: ‘de trote a galope de caballo’. La respuesta dada por él era una diana en lo referente a la idea central que –según descubría mi indagación– escondía el primitivo instrumento: la progresión del caballo o la yegua en su avanzar del trote al galope. Con aquel importante «descubrimiento» en el bolsillo, asistí aquella misma tarde a la reunión de la Escuela Vasca de Arte Contemporáneo, celebrada en una tienda de decoración y diseño, negocio en el que tenía parte el escultor Nestor Basterretxea, amigo de Jorge. Entre los que recuerdo, allí estaban Jorge Oteiza, Joxeanton Artze y su hermano Jexux, el arquitecto Peña Ganchegui, el escultor Remigio Mendiburu, el pintor José Antonio Sistiaga, el también pintor José Luis Zumeta y miembros del grupo Ez Dok Amairu –quienes habían tomado la escultura Txalaparta de Remigio Mendiburu como emblema del grupo–.

Irudia: Remigio Mendiburu, Txalaprta, 1961.

Sin preocuparme de nada más, allí dejé caer mi comentario sobre el significado que debíamos dar a la voz txalaparta y, consecuentemente, al instrumento. De todos los que estaban allí el más sensible a mi hallazgo fue el escultor Jorge Oteiza…era el año 1966.

Bueno hubiera sido que en la tierra de Gipuzkoa en cada funeral, el atrio de la iglesia recogiera el sonido de la txalaparta, nuestro armonioso caballo en su mistérica función de animal psicopompo, llevando en su sonoro lomo el alma del difunto al más allá.

Marian, todos estos recuerdos son para ti, ellos forman parte de la vida que vivimos.

Juan Antonio Urbeltz
Folklorista y hombre de la cultura